Podríamos abrir esta editorial con varios asuntos: La ESO en Riaño, la cota 1080 del embalse, los 25 años de ignominia tras el cierre de la presa, las depuradoras que no depuran, las parihuelas que sostienen el parqu e nacional tras la transferencia de su gestión a las comunidades autónomas, la quiebra de la Reserva de caza, el pienso con antibióticos de las cabras, el copago municipal de los sueldos de los celadores, la aceptación del fiasco de San Glorio como zanahoria colectiva… Toda una suerte de incidencias que flagelan la sufrida espalda de la Comarca sin que, aparentemente, casi ninguna de ellas nos ponga a todos del mismo lado de la preocupación, salvo el caso de la escuela de Riaño donde, actuando con lógica social, se ha conseguido al menos retrasar el problema un par de años.
Pues bien, aunque tratemos todos estos temas importantes para la Comarca, hay un asunto que nos afecta directamente a una escala que parece no entendemos. Asunto que nos afecta como montañeses, como españoles y como europeos: vivimos en un país insolvente, intervenido y que está gastando las últimas gotas de su sangre en calmar la sed de algunos vampiros financieros mientras la mayoría de los trabajadores, mineros aparte, se preocupan especialmente por la clasificación de la selección nacional en la Eurocopa, de la que parece que tendremos que comer todos los próximos veinte o treinta años.
Los capotes que nos ponen en los ojos, principalmente en forma de televisión pero también por otros medios, producen el mismo efecto que en los toros bravos (toro bravo es sinónimo de toro idiota, por cierto) que embisten con “nobleza” el engaño que se les muestra, para regocijo del público y mayor gloria y lucro del torero, desconociendo que el final es inevitablemente siempre el mismo. No obstante, durante la lidia el noble animal embestirá todo lo que se le ponga por delante movido por su instinto y recibiendo siempre a cambio un nuevo castigo: picadores, banderillas, capotazos… Tal parece el comportamiento de la sociedad actual en nuestro peregrinar de derrote en derrote para satisfacer a los dioses, los mercados de marras. ¿Se imaginan por qué está terminantemente prohibido que los toros de lidia salgan a la plaza habiendo sido toreados en alguna ocasión? ¿Cuál sería el comportamiento de los toros si supieran previamente el destino que les espera tras quince minutos de corrida?
Entendamos que la Montaña, como muchas otras zonas rurales, se está jugando en esta crisis, no ya su agonía, patente y notable, sino su muerte súbita por abandono de los escasos servicios de que aún disponemos, amén de recortes económicos que pondrían en solfa la mitad de los trabajos.
En cualquier momento nos tocará salir a la plaza y en la Revista Comarcal pensamos que es mejor salir sabiendo lo que hay que correr por la plaza de acá para allá a lo pijo mientras nos torean.
Conviene informarse bien de cómo tuvo lugar el “milagro español” para saber el calado de la penitencia que nos espera. Amén.